¿Por qué el Tarot? ¿Para qué?

Vivimos (¿vivimos?) recogiendo migajas de una apenas y diminuta supervivencia. Insertados en un mundo atestado de dogmas y doctrinas, verdades, slogans, frases y posturas prefabricadas, juicios y más juicios, ansiosos por poseer, por dominar y controlar; afanados por adecuarnos a las expectativas de los otros. Condicionados. Comparando, contrastando, compitiendo. Repitiendo como autómatas conductas y acciones, opiniones de otros sin ser pensadas ni sentidas por nosotros mismos. Como marionetas, reaccionamos -en sinnúmeros de circunstancias similares- de determinadas formas sin saber por qué. Esperando un qué sé yo y un no sé qué que nos salve de esta cotidianidad que nos desgasta. ¿Cuándo será?, cantó Héctor Lavoe en esa salsa que su coro repite y repite …pronto llegará el día de mi suerte. Desde antes de mi muerte te juro que mi suerte cambiará. En el fondo, la pregunta que subyace es la de ¿cómo poder escapar de esta realidad?

Tal vez, una de las creencias más generalizadas con respecto al Tarot es que a través de la lectura de sus cartas se puede adivinar o predecir el futuro, así como el pasado y el presente. Creencia que en algunos ha supuesto rechazo y demonización de la práctica y en otros, curiosidad y fascinación. De alguna manera -y en algunos casos-, se percibe como el salvavidas o como la varita mágica que cambiaría esa realidad de la cual se busca escapar. Pero el Tarot exige muchos más del compromiso consigo mismo y de una actitud de disponibilidad despojada tanto de superstición como de escepticismo de quien decide mirarse en su espejo.

En el Tarot o la máquina de imaginar Alberto Cousté escribe: “El Tarot cuenta la historia de alguien que está tratando de escribir la historia de lo que no se sabe.” Más adelante, sostiene que la lectura de esa historia es interminable. Con referencia a esa lectura, no ya de alfabetos, sino de imágenes, cita Cousté en su libro a Oswald Wirth: “Lo propio del simbolismo es permanecer indefinidamente: cada uno verá lo que su mirada le permita percibir.” Ese alguien que escribe la historia de lo que no se sabe, el mismo que percibirá según las limitaciones o tendencias de su mirada eres tú mismo, soy yo… somos nosotros.

El Tarot, podría decirse, marca tendencias energéticas. A través de las cartas podemos ver quiénes somos. Es una herramienta de introspección que refleja nuestro interior, nuestras inclinaciones, nos acerca a la conciencia los recovecos, aparentemente lejanos, del inconsciente. En este sentido, el fin del Tarot es el autoconocimiento para lograr una transformación del ser. En la medida en que reconozcamos quiénes somos, podremos transformar y reinventar nuestra realidad. Escribe Martín Peña: “Es tiempo de que se abran de par en par los contenedores y que quede totalmente visible el interior.” Consultar las barajas es también consultar nuestro corazón, nuestras formas de operar, confrontarnos con nosotros mismos y percibir sin juicios y con honestidad qué está ocurriendo verdaderamente en nuestro interior. Decía Krishnamurti en Temor, placer y dolor: “…percibir en realidad lo que está pasando bajo la piel sin corregirlo…”. Recordemos que el interior es siempre el reflejo de lo externo. Si hay conflicto o desequilibrio a nuestro alrededor es porque lo hay en nuestro adentro. A veces, cuesta mirar lo que somos, a veces cuesta aceptar esa monstruosidad que devela por momentos nuestro interior. Y en ese proceso de reconocimiento, el Tarot nos permite observarnos; observar la posibilidad de lo que somos, de lo que podemos ser y de lo que hemos sido. Es sencillamente un acto de reflexión. Y una hermosa herramienta para modificar hábitos y desarrollar nuestras capacidades más allá del mero nivel físico.

Comentarios